La proactividad es una predisposición a la acción, que surge desde el interior de las personas, como una iniciativa y un acto de responsabilidad por lo que considera su deber ser.
El motivo del accionar proactivo está alimentado por factores exógenos y endógenos. Eso quiere decir que la fuerza para amar que motiva la acción en la persona yace en el interior de ella misma, lo que llamamos motivación intrínseca y es opuesta a la reactividad, que puede ser vista como una predisposición a la pasividad, lo que quiere decir que es anticipatorio, autoiniciado y orientado al cambio.
Lo que afirma y sostiene la acción proactiva es nuestro sistema de valores. “Se puede entender por sistemas de valores, al conjunto de reglas de conducta, tanto morales como sociales, o de cualquier otra índole, que vienen a ser cualidades de carácter preferidas, y de metas típicamente aprobadas dentro de una comunidad dada” Edel, 1968: 56; Leclercq, 1960: 11. Es que el ser humano actúa con con iniciativa, compromiso y responsabilidad, en aquellas áreas que están alineadas con nuestros valores. Eso nos hace realmente humanos, capaces de anticiparnos a diversas situaciones.
Las personas valoran siempre a lo que le ponemos interés, e invertimos tiempo y esfuerzo en ello. Los valores personales son una gran fuente de motivación para la acción, de allí el valor de definir, clarificar y jerarquizar nuestros valores. Así, por ejemplo, si el amor es un valor de vida para nosotros, tomaremos la iniciativa para expresarlo a través de acciones concretas y completamente predispuesta al accionar y al cambio para el bien lo que muchos llaman “actos amatorios”.
Con todo eso, tendemos a desarrollar una actitud proactiva ante el amor, que nos movilizará con iniciativa y resolución, en procura del bienestar de otros, basado en la premisa de que hemos adoptado el amor como un principio primordial de vida. Lo mismo podríamos aplicar a la honestidad, la laboriosidad y cualquier otro valor humano.
Karen Guzmán